lunes, 19 de enero de 2009

Fútbol y violencia. Todavía se está a tiempo de educar y de enseñar los buenos modales, la convivencia con el rival y el saber perder o ganar.

Cerillas al pirómano

La desaparición de la violencia en los campos de fútbol incumbe a mucha gente


Dagoberto Escorcia | LA VANGUARDIA 18/01/2009

Los incidentes que se produjeron el pasado fin de semana en un campo de Tercera territorial han vuelto a disparar la alarma sobre la violencia en el fútbol y, al mismo tiempo, han reanudado el debate sobre la desprotección policial en terrenos donde el fútbol aficionado, sobre el papel, tendría que practicarse con el único fin de disfrutar de un deporte para el que ya algunos no están preparados y en el que otros aspiran a vivir un futuro mejor.

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La desaparición de la violencia en los campos de fútbol es un tema que incumbe no sólo a las autoridades policiales sino a mucha más gente. Se trata de un problema social y educacional, pero cuando en estos campos no se ha podido evitar la filtración de la maldad corresponde actuar a las federaciones pertinentes. Y en este sentido es donde no se halla una explicación ni una justificación al descontrol que ha tenido la Federació Catalana al dar el alta a un equipo en el que militan indeseables con antecedentes penales.

Claro que si uno mira la trayectoria de la Catalana en los últimos años encontrará de todo, desde unas elecciones corrompidas hasta la posesión del poder por parte de directivos que se han aferrado a los despachos de la calle Sicília como si fuera su casa, como si desde que se instalaron en ellos decidieran ser en la vida directivos de la Catalana. Ello no sería del todo malo si hicieran su trabajo bien, pero no ocurre así. Y una prueba de ello es que entre las miles de fichas que controlan no se dieron cuenta que se les colaba gente no apta, por llamarla de una manera benévola.

Si en los campos de fútbol donde juegan los profesionales cada vez los grupos radicales están más vigilados, registrados y las autoridades policiales tienen fichados a cada uno de los sujetos más peligrosos no se justifica que se hayan tramitados fichas de perturbadores del orden en las gradas con nombre y apellidos. ¿Qué se puede esperar de un pirómano al que usted regala una cerilla? Pues lo mismo debe de pasar con un vándalo al que se le da licencia para usar hacha y machete en el monte.

La brutal pelea en el campo Menorca de Barcelona afortunadamente ha servido para que el Espanyol recuerde los incidentes que se vivieron en el pasado derbi y haya optado por vender entradas sólo a sus socios para el próximo duelo, y, de esta forma, intentar controlar más la seguridad en el estadio. Pero, al mismo tiempo, debería servir también para que padres, amigos y familiares de esos pequeños futbolistas que crecen en los campos del país fomenten el respeto, el civismo y el buen desarrollo de los partidos. Habría que trabajar fuertemente en la lucha para erradicar la frase que suele afirmar que lo peor del deporte base son los padres de los protagonistas. Basta ya de encontrar por la geografía futbolística, en partidos de niños no mayores de 12 años, a familiares insultando a los árbitros y gritando improperios contra esos canteranos que todavía tienen los dientes de leche y que seguramente acuden ilusionados a jugar ÀLEXGARCIA un partido y no a oír lo que oyen y a aprender lo que no deben.

Es a estas edades donde todavía se está a tiempo de educar y de enseñar los buenos modales, la convivencia con el rival y el saber perder o ganar. Pasada esa frontera ya resulta más difícil encarrilar a un joven y es entonces cuando aparecen indeseables como los que se destaparon el pasado fin de semana en un partido de Tercera territorial, que sólo merecen estar donde la juez acaba de enviarlos.

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