lunes, 22 de diciembre de 2008

Micromachismos.

Violencia de baja intensidad con resultado de muerte

El año acabará con más de 60 mujeres asesinadas, ¿pero con cuántas autoestimas destrozadas?


Maricel Chavarría | LA VANGUARDIA Barcelona | 10/12/2008 | Actualizada a las 03:31h | Ciudadanos

No se llega a la violencia extrema si antes no existen violencias de baja intensidad; de lo contrario, las más de 60 víctimas por violencia de género con las que se va a cerrar este 2008 –cifra demasiado similar al nefasto balance del año anterior, que fue de 71 fallecidas– serían una excepción, simples hechos aislados a publicar en las páginas de sucesos. Muy al contrario: hoy sabemos que la violencia machista es un hecho estructural que deriva de un contexto de domino del hombre. Y que aunque sólo ve la luz en los medios cuando es extrema, también se expresa en sus formas intermedias y de baja intensidad; violencias a menudo imperceptibles tanto para quien las practica como para quien las recibe, y que no por sutiles dejan de atentar contra los derechos humanos, de los que hoy se celebra el día internacional.



Paternalismos perversos.
Según los estudios de género, la tolerancia y el desconocimiento respecto a los comportamientos abusivos de muchos hombres son aún enormes. La manera en que han sido socializados "como varones" les convierte en expertos en garantizar el control sobre la mujer y perpetuar la distribución injusta de derechos y oportunidades. No importa que no medie mala voluntad. Son dispositivos incorporados y automatizados en el proceso de hacerse hombres, por medio de los cuales las mujeres son, por ejemplo, disminuidas con comentarios simpáticos y paternalistas, corregidas sistemáticamente por su pareja en público, víctimas de comentarios insidiosos por parte de quien representa que las ama, abandonadas en el cuidado de personas dependientes, obligadas a tomar decisiones según la agenda laboral de la pareja en lugar de la suya propia... ¿Cuántas carreras profesionales habrán quedado truncadas este 2008? ¿Cuántas autoestimas destrozadas?

¿Cómo? ¿Jugar con las niñas? "El principal escollo radica en no ser consciente del problema", apunta el experto forense Miguel Lorente, en la actualidad delegado del Gobierno para la Violencia de Género.

"Porque si hablamos de "micromachismos", como los llama Luis Bonino [psiquiatra experto en relaciones de género], ése es un comportamiento que no sólo se aprende en la escuela, sino que se vive en casa, está en el ambiente. La Ley Integral contra la Violencia de Género aspira, así, a cambiar la referencia, porque es la que da lugar a esa construcción del espacio en la que el agresor puede perpetrar un grado de control i violencia".

Hay algo que preocupa especialmente a Lorente: la diferenciación que se hace entre sexos en la infancia. "Ves que los niños ocupan el centro del patio del colegio, mientras ellas están en un rincón.

"¿Jugar con las niñas? Qué me dices, hasta ahí podíamos llegar". Son dos mundos separados que se encuentran ya en la adolescencia, donde los roles están muy marcados. Ahí comienzan los empujones, el tirar las carpetas a las niñas al suelo... es parte de la dinámica, una especie de baile nupcial con el componente agresivo y hostil muy presente en los chicos como forma de reclamar la atención".

El triunfo de los gallitos. Las encuestas sobre convivencia escolar indican que no sólo no hay un rechazo hacia este tipo de conductas, sino que casi un 16% de los niños y las niñas las valoran positivamente, "La figura del gallito es la más valorada, el chico más guai es el malo. Es esa forma de rebajar el nivel de exigencia de los hombres", apunta Lorente. "Los hombres han entrado en una especie de dinámica en la que buscan la satisfacción a través del reconocimiento, lo que sólo genera frutración: por no conseguirla o, en caso de obtenerla, por miedo a perderla".

Presas de un malestar difuso. El psicoterapeuta y médico psiquiatra, experto en relaciones de género, Luis Bonino alerta sobre el gran malestar y daño psíquico que las "microviolencias" generan en la mujer. Que un hombre no participe en lo doméstico, que se aproveche de la capacidad femenina de cuidar, que culpabilice a su víctima y se autojustifique, que evite la intimidad y la reciprocidad –ignorándo a su pareja, generando distancias o imponiendo silencios– tiene sus consecuencias. Para empezar, un deterioro de la autoestima, malestar inespecífico e incapacidad de reaccionar. Bonino señala también inhibición de la lucidez mental, impotencia, fatiga, sentimento de estar atrapadas y actitudes defensivas, así como una irritabilidad crónica, de lo cual ella misma tiende a culparse.

Maltrato encubierto. "Que haya consecuencias es la prueba de que existe ese maltrato", señala Esperança Bosch, profesora de Psicología de la Universitat de les Illes Balears y autora de, entre otros, "La voz de las invisibles" e "Historia de la misoginia" "Puede ser más coercitivo o más encubierto –añade–, de manera que no es exclusivo de personas de trato rudo. De hecho, el encubierto... ese "no me haces caso, estás siempre con las amigas", es todavía más perverso, pues retrasa la capacidad de respuesta. Luego está un tercer tipo, que se da en situaciones de crisis. Sería el caso del sutil boicot a una pareja a la que han ofrecido un cargo importante en el trabajo y tras prometerle "te apoyaré en todo" se la boicotea con un "lo siento, hoy no podré ir a buscar a los niños al cole". "La cuestión –concluye– es que un hombre que necesita de todas estas estrategias tampoco es feliz, pues no pasa el tiempo compartiendo sino reclamando".

Contratemos a una cuidadora. La antropóloga Dolors Comas, catedrática de la Universitat Rovira i Virgili, y analista de la distribución de roles de género, advierte de cómo esa construcción cultural es asumida por las mujeres hasta el punto de sentirse culpables si no cumplen con su papel. "Ellas no lo perciben como una violencia sino como un fallo propio. Se naturaliza, por ejemplo, que las mujeres tienen una capacidad innata para el cuidado que nadie discute. ¿Es un caso de violencia que las hijas y las nueras cuiden a las personas mayores antes que los hijos? No en sí mismo, pero sí en la medida en que la sociedad jerarquiza los roles y valora a las personas en función de éstos, generando relaciones de desigualdad.

Porque se dan determinadas condiciones para que unas personas sean inferiorizadas o se las trate como menores respecto a otras, y es a partir de esas condiciones que se pueden dar situaciones de violencia. En igualdad, las violencias son otra cosa", asevera. Se trata, concluye, de un análisis racional difícil de realizar, porque está impregnado de emociones, sentimientos y dimensiones morales. "El tema se acaba resolviendo contratando una señora de hacer faenas y una ecuatoriana que cuida de la madre. Se prefiere pagar antes que enfrentarse".



Luis Bonino, psicoterapeuta especializado en masculinidades y relaciones de género, ilustró uno de sus análisis con una entrevista clínica a Carmen, una mujer de 42 años, empresaria, con tres hijos y una pareja con la que, aparentemente, no existían más que los conflictos comunes de una pareja "más o menos bien avenida".

Acceda al documento haciendo click aquí (formato PDF). Se reproduce a continuación buena parte del documento:


LOS MICROMACHISMOS



“Es preciso comprender cómo las grandes estrategias de poder se incrustan, hallan sus
condiciones de ejercicio en microrrelaciones de poder... Designar estas microrrelaciones,
denunciarlas, decir quién ha hecho qué, es una primera transformación del poder. Para que una cierta relación de fuerzas pueda no solo mantenerse, sino acentuarse, estabilizarse, extenderse, es necesario realizar maniobras”.“Diálogos con M. Foucault”(1977): Rev. Ornicar; 10.



Existen poderosas razones intrasubjetivas para la producción de ciertos malestares muy comunes a muchas mujeres. Muchas de estas razones están relacionadas con el
sometimiento inconsciente a los mandatos culturales de la feminidad, aquellos que son matriz para la identidad femenina tradicional construida en el ser para otros y destinada a la subordinación.

Estos mandatos llevan a las mujeres, entre otros comportamientos, a autorresponsabilizarse y autoculparse siempre por el bienestar/malestar de los vínculos, las personas queridas y ellas mismas. Y este sometimiento es lo que toda psicoterapia con mujeres, sean violentadas o no, debe contribuir a transformar, a fin de promover en ellas el ser para sí -con otros pero no a disponibilidad de otros-, aumentar su poder personal y desconstruir su creencia de realización personal a través de los varones.

Pero, los mandatos de género, por su prescripción de autoculpabilización, también inhiben en
las mujeres el estar atentas a las razones extrasubjetivas y a las responsabilidades masculinas
en la producción de sus malestares. Y por tanto también inhiben la puesta en práctica de la
agudeza perceptiva, la denuncia y las estrategias de defensa personal contra dichas
responsabilidades.

La sociedad ya hace tiempo que está deslegitimando las graves violencias domésticas, y se
están comenzando a establecer acciones contra ellas. Sin embargo, con las violencias que no
son tan graves y con los mM, la tolerancia y el desconocimiento son aún enormes, por lo que
su anormalización y las acciones contra ellas son casi inexistentes pese a que producen gran
malestar y daño (varios estudios epidemiológicos muestran que las mujeres en pareja
disminuyen su salud mental y calidad de vida, al contrario de los varones, quienes las
aumentan. El efecto de los mM es una de las razones que explica esto). Por ello, por su poder
patógeno, quienes nos ocupamos de la Salud Mental, debemos ocuparnos de las también de
los mM. Y para ello, dado su carácter “micro” el primer paso es detectarlas, para luego
procurar lograr transformaciones.

Las mM son pequeños, casi imperceptibles controles y abusos de poder cuasinormalizados
que los varones ejecutan permanentemente. Son hábiles artes de dominio, maniobras y
estrategias que sin ser muy notables, restringen y violentan insidiosa y reiteradamente el poder
personal, la autonomía y el equilibrio psíquico de las mujeres, atentando además contra la
democratización de las relaciones. Dada su invisibilidad se ejercen generalmente con total
impunidad.

Son formas de dominación “de baja intensidad”, modos larvados y negados de dominio que
producen efectos dañinos que no son evidentes al comienzo de una relación y que se van
haciendo visibles a largo plazo.


Al comenzar a reflexionar sobre los mM hace ya doce años, los definía fundamentalmente
como maniobras mas o menos puntuales en lo cotidiano, enfatizando como básico su carácter
de imperceptible, en este caso dado su "pequeñez" o su normalización. Sin embargo, y
apuntando a este carácter básico, en los últimos años he incluido también en esta definición
a otros comportamientos que también son imperceptibles o invisibles –micro-, aunque no por
ser "pequeños" sino debido fundamentalmente a su normalización. Así he ido describiendo
otros mM no puntuales, unos que consisten en estrategias más o menos globales de
comportamiento, y otros en instalaciones firmes en las posiciones ventajosas adjudicadas a
los varones en las relaciones de género y aprovechamientos acríticos de ellas. Estos mM son
muchas veces la estructura que sostiene las maniobras puntuales.



Probablemente sean las armas, trucos, tretas y trampas más frecuentes que los varones
utilizan para ejercer la violencia contra las mujeres. Son de uso reiterado aun en los varones
“normales”, aquellos que desde el discurso social no podrían ser llamados violentos,
abusadores o especialmente controladores o machistas y aun los mejor intencionados y con la
autopercepción de ser poco dominantes los realizan



Muchos de estos comportamientos no suponen intencionalidad, mala voluntad ni planificación deliberada, sino que son dispositivos mentales, corporales y actitudinales incorporados y automatizados en el proceso de “hacerse hombres”, como hábitos de acción/reacción frente a las mujeres.

Otros en cambio sí son conscientes, pero todos forman parte de las habilidades masculinas desarrolladas en la socialización genérica asimétrica para ubicarse existencialmente en un lugar preferencial de dominio y control que mantenga y reafirme los lugares que la cultura tradicional asigna a mujeres y varones: ellos con más derechos a la libertad, a tener razón, al uso del tiempo y el espacio, a ser cuidado y a desimplicarse de lo doméstico: ellas, con menos derecho a todo ello y a disponibilidad.

En todos, tiene un importante papel la utilización por los varones de los mecanismos intersubjetivos de inducción, inoculación, así como de la habilidad masculina para apoderarse del poder de microdefinición o puntuación - la capacidad y habilidad de una persona en orientar el tipo y el contenido de las interacciones cotidianas (las reglas del juego) en términos de los propios intereses, creencias y percepciones, y que, se sostiene en la idea de que alguien es la autoridad que define qué es lo correcto-.


Los modos de presentación de los mM se alejan mucho de la violencia física, pero tienen a la larga sus mismos objetivos y efectos: garantizar el control sobre la mujer y perpetuar la distribución injusta para las mujeres de los derechos y oportunidades. Para ello los varones se
sirven de diferentes métodos que pueden servir para clasificarlos y pesquizarlos mejor: Unos
(los utilitarios) apelan a movilizar el poder heteroafirmativo femenino para explotarlo, otros (los
coercitivos) utilizan la fuerza psicológica o moral masculina, otros (los encubiertos) abusan de
la la manipulación y la credibilidad femenina y otros (los de crisis) se usan cuando la mujer se
está proponiendo aumentar su poder personal.

Uno a uno pueden parecer intrascendentes y banales, pero su importancia deriva de su uso
combinado reiterativo. Dicho modo de utilización por parte de los varones va tejiendo una red
que sutilmente atrapa a la mujer. Dicha red -como todas aquellas generadas por contextos o
personas dominantes-, crea un clima mas o menos “tóxico” de agobio y mortificación, que
sutilmente va encerrando, coartando y desestabilizando, atentando así contra la autonomía
personal y la integridad psicológica de la mujer si ella no las descubre (a veces pueden pasar
años sin que lo haga), o no sabe contramaniobrar eficazmente. Se van creando de ese modo
las condiciones para forzar la disponibilidad de la mujer hacia el varón, y evitar lo inverso.

Una de las razones de la gran eficacia de los mM es que, dada su casi invisibilidad van
produciendo un daño sordo y sostenido que se agrava en el tiempo, sin poder establecer
estrategias de resistencia por desconocer su existencia. Al no ser coacciones evidentes es
difícil percibirlos y por tanto adjudicarle efectos, por lo que éstos no suelen reconocerse como
de causalidad interpersonal. Ello hace que mujeres, varones y profesionales de la salud suelan
atribuir culposamente dichos efectos a cuestiones intrasubjetivas de la mujer -el ejemplo del
comienzo es buena prueba de este hecho -.



Los efectos del uso continuado y envolvente de estas acciones masculinas son numerosos, y
en las mujeres varían según sus historias, su sometimiento a los mandatos de género, sus
habilidades para detectar estas maniobras, sus modos particulares de enfrentamiento, sus
redes de apoyo y la ideología sexista o no de los profesionales en las que ellas se apoyan
cuando sufren malestar. Sin embargo, hay efectos comunes -nombrados muchos de ellos en el
relato de Carmen- , que en mayor o menor grado se producen. Estos son:

-
Inhibición de la lucidez mental (“tontificación”) por disminución de la valentía, la crítica, el pensamiento y la acción eficaces, la protesta válida, y el proyecto vital.

-
Fatiga crónica por forzamiento de disponibilidad, con sobreesfuerzo psicofísico,
desvitalización, y agotamiento de sus reservas emocionales y de la energía para sí y para el
desarrollo de sus intereses vitales.

-
Sentimiento de incapacidad, impotencia o derrota, con deterioro de la autoestima, con aumento de la desmoralización y la inseguridad y con disminución de la autocredibilidad de las propias percepciones, con una actitud defensiva, provocativa o de queja ineficaces.

-
Disminución del poder personal, con un retroceso o parálisis del desarrollo personal,
limitación de la libertad y utilización de los “poderes ocultos” femeninos (aquellos que cualquier
persona subordinada utiliza cuando no se siente con derecho a utilizar su poder personal)

-
Malestar difuso, irritabilidad crónica y un hartazgo “sin motivo” de la relación, de los cuales se culpan por no percibir -dada la imperceptibilidad de la red provocada por los mM- que su producción es por acción externa.

Toda esta sintomatología genera
un estado de ánimo depresivo-irritable en aumento, que genera más autoculpabilización, resignación, empobrecimiento y claudicación.

Es muy frecuente que todos estos efectos sean motivo de consulta a los dispositivos de Salud
mental. En estos dispositivos -generalmente aliados inconscientes de la violencia de género-,
habitualmente no se detecta que muchos de los malestares emocionales e inseguridades
femeninas son provocados por el ejercicio de los mM. Por ello, así como las mujeres (y sus
parejas), los profesionales tienden a adjudicar dichos malestares a problemas intrasubjetivos o
a “exageraciones” de ciertas “características femeninas (dramatismo, inconformismo, etc.),
produciendo una doble victimización y más aumento del malestar.

En la relación de pareja, los efectos también son importantes:

-
Perpetuación de los disbalances en el ejercicio de poderes favoreciendo una relación
asimétrica, no igualitaria, antidemocrática y disfuncional, donde la autonomía y desarrollo del
varón se realiza a costa de la mujer.

-
Encarrilamiento de la relación en dirección a los intereses del varón, ya que los mM generalmente llevan a que la mujer "deje hacer” o en algunos casos se someta y complazca, lo que permite que predominen los tipos de situaciones que el varón desea,

-
Etiquetamiento de la mujer como “la culpable” de la crisis y/o deterioro del vínculo, cuando ella desea un cambio y él se niega a moverse hacia la igualdad en el ejercicio de derechos. A veces, la mujer percibe que algo anda mal en el vínculo y él lo niega. Al no poder clarificar la causa (que es generalmente el deterioro vincular derivado de la falta de igualdad relacional a la que los mM contribuyen), ella, por mandato de género tiende a autoculparse y él , que no se reconoce como dominante, queda ubicado como inocente no responsable de la situación.

-
Guerra fría con transformación de la pareja en adversarios convivientes, y empobrecimiento de la relación, creándose el terreno favorable para otras violencias y abusos o para la ruptura de la relación.

También su ejercicio tiene algunos efectos negativos a largo plazo para los varones, ya que la
situación generada, al no hacerse cargo de su producción produce un aumento de la
desconfianza y una incomprensión hacia la mujer a quien no se puede controlar nunca
plenamente. Pueden llegar así a un aislamiento receloso y defensivo creciente, ya que el
dominio no asegura el afecto femenino, sólo asegura obediencia y distancia, y eso,
paradójicamente inseguriza al varón, que reacciona a la defensiva. Y también llevan a un
empobrecimiento vital , un vacío afectivo y un posterior descenso de su autoestima de los
cuales no puede salir por que generalmente no asume su responsabilidad en la producción de
las causas que lo llevan a estos malestares

Gran parte de la eficacia de los mM está dada no sólo por su imperceptibilidad, sino también
porque funcionan sostenidos, avalados y naturalizados por la normativa patriarcal de género.


Dicha normativa no solo propicia el dominio para los varones, sino también la subordinación
para las mujeres, para quienes promueve comportamientos “femeninos” -pasividad, evitación
del conflicto, complacencia, servicios al varón y necesidad de permiso o aprobación para
hacer- que ellas en su socialización asumen como propios, y cuya realización las coloca
“naturalmente” en una posición de subordinación. Por otra parte, para ellos, el orden social
sigue siendo un aliado poderoso, ya que otorga al varón, por serlo, el “monopolio de la razón”
y, derivado de ello, un poder moral que les hace crear un contexto inquisitorio en el cual la
mujer esta en principio en falta o como acusada: “exageras’ y “estas loca” son dos expresiones
que reflejan claramente esta situación.



DE UTILITARISMOS Y MANIPULACIONES

Describir la gran cantidad de mM que los varones usualmente ejercen, excede este artículo. Lo
que si haremos al menos, aprovechando lo detectado en el ejemplo inicial, es ampliar la
descripción de algunos de dos de las categorías descriptas, los más utilizados por Santiago.
(En el anexo puede verse un listado más completo y recién actualizado de las categorías y
nombres de diferentes mM. No corresponden exactamente a la clasificación que enuncio en
este artículo, sino que adelanto una nueva que publicaré proximamente )



Micromachismos utilitarios

“Las normas sociales dicen que los varones no sólo tienen derecho al amor, cuidado y
dedicación de las mujeres para que satisfagan sus necesidades, sino también derecho a
reservarse para sí, el que se niega a las mujeres. Así, ellos pueden aprovecharse de la fuerza
vital que ellas donan a la relación y configurarse como seres sociales poderosos y continuar
dominándolas a través de la acumulación y aprovechamiento de esa fuerza tomada y recibida
sin reciprocidad” A. Jonnasdöttir(1993):“El poder del amor. Acerca de una teoría del patriarcado
en las sociedades contemporáneas"



Dos elementos caracterizan estos comportamientos, uno, su índole utilitaria y el otro que son
generalmente estrategias por omisión en tanto la mayoría consisten en autoexclusiones del
varón. Su efectividad está dada no por lo que se hace, sino por lo que se deja de hacer y que
se delega en la mujer, que así pierde fuerza para sí.

Revisten gran importancia porque son los más invisibilizados y naturalizados por mujeres y
varones,- por lo que su daño se ejerce impunemente-, y los que más contribuyen a sostener la
injusticia distributiva de poderes en las parejas de los países desarrollados donde las mujeres
han logrado la conquista de amplios espacios de libertad. Se aprovechan abusivamente de los
recursos adjudicados en el reparto genérico a las mujeres y asumidos por éstas como propios,
básicamente
el poder heteroafirmativo femenino(la capacidad de cuidado y dedicación,
capacidad básica para que las demás personas se afirmen y sean autónomas). Por este
aprovechamiento naturalizado se logra eficazmente en ellas
un forzamiento de disponibilidad, acrecentando la calidad de vida del varón a expensas de la mujer, sin que éste (ni la cultura patriarcal) habitualmente lo reconozcan. De estos mM el ejemplo anterior nos muestra dos grupos importantes: La no participación en lo doméstico y el aprovechamiento y abuso de la capacidad femenina de cuidado.

No participación en lo doméstico: Estos mM suponen diversas formas, desde las directas a las soterradas, de no implicarse en un tipo de tareas ( la atención del hogar) que un vínculo
respetuoso, recíproco e igualitario supone compartidas. Con ellas se deposita la realización de
las tareas domésticas en la mujer. El obligar a que una persona haga lo que en una relación
igualitaria debería ser de dos, supone una maniobra de imposición de sobrecarga por omisión
de responsabilidad. Esta no participación puede ser total o ser una seudoimplicación , donde el
varón se aviene a un seudorreparto de lo doméstico, consistente en que él actúa sólo como
“ayudante” de la mujer. Ésto último obliga a la mujer a ejercer la “gerencia del hogar”,
teniendo que organizar e indicar lo que los demás (ayudantes) deben hacer en casa, con la
sobrecarga consiguiente.

A veces el varón justifica su no actuar apelando a que cumple su rol de “proveedor” (es
paradójico que esta justificación la realizan incluso varones vinculados a mujeres que trabajan,
con lo que le imponen a ella la “doble jornada”).


Aprovechamiento y abuso de la capacidad femenina de cuidado: aquí el varón utiliza y se aprovecha de la capacidad de cuidado hacia otras personas en la que las mujeres son
“expertas”. Son maniobras que fuerzan a las mujeres para que “naturalmente” ejerzan
diferentes roles de servicio: madre, esposa, asistenta, secretaria, gestora, etc. Estos roles, en
los que ellas son “expertas por su socialización que las impele a “ser para otros”, son inducidos
con diferentes maniobras, que constituyen otras tantas formas de mM. Entre ellas:

*
Delegación del trabajo de cuidado de los vínculos y las personas: se fuerza de múltiples maneras a la mujer, a cumplir el mandato patriarcal de ser la encargada de cuidar la vitalidad de la pareja, el desarrollo de l@s hij@s, los vínculos con ell@s, con la familia de él e incluso con sus amigos. Al no hacerse cargo el varón de este trabajo, abusa del tiempo y la
disponibilidad femenina en tanto obliga a la mujeres a ese enorme trabajo que no se puede
dejar de hacer, ya que sin él no es posible el desarrollo personal y vincular.

*
Requerimientos abusivos solapados: son pedidos exigentes, casi órdenes, pero que se
realizan sin pedir explícitamente. Requerimientos “mudos”, a través de gestos o comentarios “al
pasar”, que apelan a activar automáticamente los aspectos “cuidadores” del rol femenino
tradicional, logrando que la mujer cumpla ese pedido sin percatarse que lo está haciendo no
por deseo propio sino por coacción (eso es lo microviolento). Al no ser estos pedidos
explicitados, tampoco requieren ser agradecidos cuando se satisfacen, ya que según el varón
“nunca existieron”

*
Evitación de la reciprocidad en el cuidado: es el rechazo del varón a ofrecer cuidado o ayuda a la mujer cuando ésta lo necesita, negándole así el derecho a ser cuidada . Con ello le impone su creencia de que él es el único digno de atención, por lo que la reciprocidad no tiene sentido.Es más visible cuando la mujer necesita atención por estar enferma, por tener que ocuparse de su familia de origen o por tener sobrecarga de trabajo. Es frecuente que en estas situaciones, los varones nieguen las necesidades femeninas de ayuda, minusvalorando los síntomas o el cansancio , o apelando a su “no saber”, para no hacerse cargo.

Micromachismos encubiertos

Se caracterizan por su índole insidiosa, encubierta y sutil, razón por la que son muy efectivos.
En ellos, el varón oculta (y a veces se oculta) su objetivo de dominio, imposición de las
“verdades” masculinas y forzamiento de disponibilidad de la mujer. Utilizan la confiabilidad
afectiva y la credibilidad femenina depositadas en el varón llevándola a coartar sus deseos,
hacer lo que no quiere y conduciéndola en la dirección elegida por él. Utilizan para ello
frecuentemente la manipulación. Son especialmente devastadores con las mujeres muy
dependientes de la aprobación masculina. Entre ellos tenemos:

Creación de falta de intimidad : son comportamientos activos de alejamiento, que impiden la conexión y evitan el riesgo de perder poder. Con ellas el varón intenta controlar las reglas de
la relación a través de la distancia y con eso lograr que la mujer se acomode a sus deseos:
cuánta intimidad tener, cuánta tarea doméstica realizar, cuándo estar disponible, y qué merece
compartirse. Están sostenidas en la creencia varonil de su derecho a apartarse sin negociar y
a disponer de sí sin limitaciones ( sin permitir ese derecho a la mujer). Las más frecuentes son:

*
Silencio: es una maniobra de dominación en tanto implica no solo el callar sino la imposición
de silencio a la relación con la mujer. Permanecer en silencio para el varón no es sólo no poder
hablar, sino no sentirse obligado a hablar ni a dar explicaciones (recurso que solo pueden
permitirse quienes tienen poder) y por tanto imponer el no diálogo y la creación de dependencia
por los fantasmas de abandono que evoca. Este silencio dominante masculino cabe
diferenciarlo de los silencios impuestos o temerosos, que suelen estar condicionados por la
falta de legitimación de la palabra del silencios@, que es obligado a callar u opta por hacerlo
para no ser deslegitimad@. Propios de los grupos subordinados, son generalmente los
silencios femeninos.

*
Aislamiento maniobra de puesta de distancia e imposición de no acercamiento que suele
utilizarse cuando la mujer quiere intimidad, respuestas o conexión y no se inhibe en sus
requerimientos ante el silencio masculino. Puede ser físico -encerrándose en algún espacio de
la casa o en alguna actividad-, o mental, encerrándose en sus pensamientos.

*
Avaricia de reconocimiento y disponibilidad: son maniobras múltiples de retaceo de
reconocimiento hacia la mujer como persona y de sus necesidades, valores, aportes y
derechos. Se retacea también el apoyo y el cuidado (además de imponerle el rol de cuidadora).


Conducen al hambre de afecto (el que, en mujeres dependientes, aumenta su dependencia).
Provocan además la sobrevaloración de lo poco que brinda el varón -ya que lo escaso suele
vivirse como valioso- .

*
Inclusión invasiva de terceros: esta maniobra consiste en ocupar constantemente el espacio vincular, con amigos, TV, reuniones o actividades, con lo que se limita al mínimo o se hace
dejar de existir los espacios de intimidad. Frecuentemente está acompañada de la acusación a
la mujer de ser “poco sociable”.


Desautorización: Este conjunto de maniobras buscan inferiorizar a la mujer, sus deseos, ideas
y valores , quitándole legitimidad a través de estrategias desprestigiadoras y desvalorizadoras.
Están basadas en la creencia patriarcal que el varón tiene el monopolio de la razón, de lo
correcto y del derecho a juzgar las actitudes ajenas desde un lugar superior. Presuponen el
derecho a menospreciar y son especialmente dañinos en mujeres que necesitan fuertemente la
autorización y legitimación externa para su desempeño.

*Descalificación-Desvalorización : aquí se califica y valora negativamente las actitudes de la mujer, denigrándola y no dándole el derecho a ser valorada y apreciada a menos que
obedezca las “razones” y deseos del varón y haga lo que según él es “correcto” o “valioso”.
Esto puede hacerse de modo directo o con insinuaciones, acusaciones veladas u otros modos
indirectos. Apuntan frecuentemente a la inteligencia: ¡no tienes ni idea!, ¡no sabes razonar!, o a
la capacidad de percepción: ¡tu exageras! o peor aún ¡tú estas loca!.

*Culpabilización-Inocentización : esta maniobra tiene dos caras. Por una, se juzga y se
condena a la mujer haciéndola sentir en falta de los modos más variados, generalmente
apelando a su “no saber hacer”, al “incorrecto” desempeño del rol de esposa o madre, o a su
“tontería” o “maldad”. Incluso se utiliza para responsabilizarla por lo que a él le pasa, y aún
más, culpabilizarla de la inhibición o irritación que ella siente o expresa confusamente cuando
él ejerce mM. Por la otra cara , esta maniobra lleva a que el varón se sienta siempre juez y
fiscal atento a la falta ajena, y nunca se sienta culpable ni responsable de nada, es decir, se
sienta inocente en cuanto a la producción de disfunciones y desigualdades en lo cotidiano.

Autoindulgencia y autojustificación: con este grupo de maniobras el varón presenta excusas y autoexcusas frente a la no realización de tareas o actividades que hacen al cultivo de un vínculo respetuoso e igualitario. Con ellas intentan “quedar bien” y ocultar su falta de interés o dificultad para manejarse en relaciones no impositivas. Son microviolencias en tanto procuran
bloquear y anular la respuesta de la mujer ante acciones o inacciones del varón que la
desfavorecen. Hacen callar imponiendo el criterio masculino, pero apelando a “otras razones”,
y eludiendo la responsabilidad por lo que se hace o deja de hacer. Entre ellas podemos
destacar:

*Hacerse el tonto: en esta maniobra el varón elude responsabilizarse por sus actitudes injustas, su desinterés en el cambio o el no tener en cuenta a la mujer, apelando a diversas razones que según él, son inmodificables: Entre ellas las obligaciones laborales (“No tengo tiempo para ocuparme de los niños”), y la torpeza, la parálisis de la voluntad u otros defectos personales (“ no sirvo para eso”, “no puedo controlarme”, “es imposible para mí”)

*Impericias selectivas: aquí se evitan responsabilidades (y se las impone a la mujer) a partir
de declararse inexperto para determinadas tareas (de la casa o del cuidado de la familia).

*Minusvaloración de los propios errores : en esta maniobra, los propios errores , descuidos, desintereses , abusos de derechos y equivocaciones en lo vincular del varón son poco tenidos en cuenta, y cuando lo son, se perciben como banales y son fácilmente disculpados.
Inversamente, se está poco dispuesto a aceptar los errores de la mujer, tachándola
frecuentemente de inadecuada o exagerada en sus preocupaciones por las cosas, los vínculos
y las personas .

Por sus características de encubiertos, la mujer no suele percibir este tipo de mM, aunque es
“golpeada” psicológicamente por ellos. Debido al malestar producido, ella, de modo típico,
reacciona de modo “diferido” (y “exagerado” dicen los varones) , sin saber bien frente a qué
reacciona. Así es frecuente el mal humor, la frialdad y los estallido de rabia “sin motivo” , por lo
que luego se siente “tonta”.


DE LA DEFENSA DEL STATU QUO A LAS COACCIONES

Dado que en la situación clínica que hemos tomado como ejemplo no aparecen –al menos en
una primera impresión-, ni los mM de crisis (aquellos que los varones utilizan en períodos en
los que el estable disbalance de poder en las relaciones entra en crisis y se desequilibra en
dirección a una mayor igualdad) , ni los coercitivos (en los que los varones usan la fuerza -no la
física sino la moral, la psíquica, la económica o la de la propia personalidad- de un modo
“directo”, para intentar doblegar a la mujer, limitar su libertad, expoliar su pensamiento, su
tiempo o su espacio, y restringir su capacidad de decisión), no serán descriptos en este
artículo, pero en el Anexo puede leerse una lista de algunos de ellos.



MICROMACHISMOS Y CLINICA


Así como en la cotidianeidad de la vida doméstica, como decíamos antes, también en la clínica
cotidiana los diferentes tipos de mM suelen pasar inadvertidos y creo que esto debe
modificarse: por su carácter patógeno, es necesario que todas las personas profesionales de la
salud mental sepan que existen, los detecten, conozcan sus efectos y los jerarquicen como
factores a incluir -para combatir- en sus estrategias de ayuda a las personas. Cuando así se
hace, la experiencia clínica muestra el beneficio: su puesta en evidencia y la percepción de los
daños que producen, son dos factores que contribuyen de modo efectivo a generar cambios
en las mujeres y en sus sintomatologías efectos de estas maniobras, así como a generar
aumento de la responsabilización de los varones por el ejercicio y daño de sus mM en lo
cotidiano. Aspectos ambos que junto al desarrollo de estrategias de inmunización por parte de
las mujeres y desactivación y deshabituación por parte de los varones pueden ayudar a
transformar la patógena distribución asimétrica del poder entre mujeres y varones.



Más específicamente, en las mujeres, la inclusión en el trabajo clínico de la detección y
comprensión de los mM que los varones ejercen sobre ellas les permite estar en mejores
condiciones de:

-
saber de sus efectos y aprender a discriminar entre problemáticas propias y problemáticas ajenas, disminuyendo la identificación con el micromachista y aumentando así la captación de su diferenciado y propio estado subjetivo.

-
disminuir la culpabilización inducida por estas maniobras y recuperar su pensamiento y posibilidades de acción autónoma en la vida cotidiana de pareja.

- ampliar y legitimar su registro perceptivo de los comportamientos masculinos de dominación
que ellas sufren y que los varones generalmente no reconocen realizar.

-
reconocer el lenguaje de acción y manipulación -que no de palabras-, tan propio de los
varones, y cuestionar la creencia tan arraigada que enuncia que la manipulación es un arma
fundamentalmente femenina.

-aumentar las posibilidades de crear sus modos de evitación y resistencia ya que lo que se ve
claramente puede ser mejor combatido.

Por supuesto todo ello, con un trabajo correlativo de reflexión sobre la relación intergenérica
asimétrica, y sobre la legitimación del derecho a decir no a la subordinación, temas derivados
de los modos específicamente femeninos de socialización y construcción de la identidad
genérica.

En cuanto a los varones, en cambio, reconocer la existencia y frecuencia de sus mM les
supone todo un desafío, que puede ser un estímulo para la posición defensiva, pero también
para un cambio hacia la apertura igualitaria. Cambio, que en este contexto significa
especialmente cambios en el actuar para lograr la desautomatización/desactivación de dichos
comportamiento . Pero, para ello
es necesario lograr que ellos puedan estar dispuestos a una autocrítica sobre el ejercicio cotidiano del poder de dominio y a reconocer el efecto de dicho ejercicio en las mujeres. Autocrítica que, no puede excusarse en la idea que el ejercicio del poder no es algo consciente, que es difícil de modificar o que es un automatismo heredado. Si es real, debe ir seguida del esfuerzo de cambio pese a las dificultades. (la lista del anexo puede ser una buena guía de autoobservación de sí)

Este cambio será posible si, luego de la autocrítica, se puede generar una reflexión sobre los
modos de construcción de la identidad genérica – ya que además de para lograr dominio, los
mM se ejecutan , y de ahí la dificultad para su abordaje,como una afirmación de su identidad
masculina-, la socialización en que son criados (aquella que avala la superioridad sobre las
mujeres y por tanto la creencia en tener derechos sobre ellas), sobre el deseo de dominio tan
arraigado en la mente masculina, y además, entrenarse en el cambio de actitudes hacia la
igualdad y el respeto.

A diferencia de las violencias “mayores” que requieren un contexto terapéutico mas o menos
especial, y porque circulan en la cotidianeidad, los mM pueden/deben detectarse y trabajarse
en cualquier espacio clínico-terapéutico, ya que todos ellos aparecen, tanto en el relato como
en la interacción terapéutica.

Lo primero es: como he dicho, su detección. Los modos diferirán en función del contexto
terapéutico: En las terapias de pareja o familia, los mM y sus efectos se pondrán en escena
ante l@s terapeutas. En las terapias con varones habrá que inferirlos, ya que la mujer objeto
de estos comportamientos está ausente, y el varón suele no querer/no poder enterarse ni
responsabilizarse de ellos (el grado de “inocencia” , la inexistencia en sus relatos de “lo
doméstico" y el victimismo respecto a los malestares de su pareja es un buen índice de
referencia). En las terapias con mujeres será preciso - ya que ellas no suelen percibir los mM-
descubrirlos a través de distinguir los malestares naturalizados, inducidos, o inoculados y sus
efectos, por medio de las descripciones pormenorizadas de sus situaciones relacionales.

En cuanto a las estrategias de cambio, excede este artículo desarrollarlas. Sin embargo,
querría, para finalizar enumerar algunos requisitos que creo son necesarios para que
terapeutas de diversa orientaciones puedan comenzar a enfrentarse eficazmente a la tarea de
transformación de estas prácticas:

-En lo personal:

*Explorar sus prejuicios sexistas e intentar desvelar sus puntos ciegos en relación con su
propia posición de género, con las asimetrías ”naturalizadas” de su relación con el otro género
y con sus creencias sobre la responsabilidad del trabajo doméstico y el cuidado de los vínculos
y personas.


*Examinar sus ideas y comportamientos en relación con la reciprocidad entre las personas, y
la justicia y la democracia en los vínculos.


*Revisar sus propias creencias sobre la causalidad de los comportamientos de dominación y
sus eventuales justificaciones, y la propia reacción frente a ellos

-En lo teórico-técnico:

*Incluir las éticas del cuidado mutuo y de la democratización de la vida cotidiana -que incluyen
el respeto y la jerarquización de la resolución dialogal de los conflictos- como parte del marco
referencial, para ayudar a los varones a hacerse responsables de los efectos de su propia
comportamiento

*Conocer los modos de construcción de la condición masculina, sus privilegios, sus
resistencias al cambio y sus perjuicios, a fin de ayudar a la mujer, a la pareja y al propio varón
a desconstruir los aspectos dominantes y dañinos de su masculinidad.

*Tener una actitud clínica de alerta para detectar los mM de los varones, recordando el
contenido de acción de muchas de las palabras masculinas. Para ello la clasificación que figura
al final del artículo puede ser útil como material de trabajo en la clínica.

*Saber que el varón seguramente intente ejercer multitud de y mM sobre la persona terapeuta,
más si es mujer. En cambio, el terapeuta varón debe prestar especial atención a los intentos
del varón por lograr su alianza para desautorizar a la mujer.

* Tener la capacidad de confrontar, de soportar confrontaciones y de poner en práctica la
autoafirmación de modo asertivo.

* Estar capacitad@ para realizar intervenciones que hagan impacto sobre el balance de poder
interpersonal, a fin de no estereotipar los disbalances que sostienen la disfuncionalidad del
statu quo. Intervenciones tales como: visualización de efectos, reorganización de
responsabilidades, rebalance de acuerdos, desvelamiento de mM, redefinición de las
“provocaciones” femeninas, puestas de límites a los abusos, apoyo al aumento del poder
personal de la mujer, desafío al varón a afrontar la pérdida de ventajas, etc.


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Agradezco en primer lugar a Susana Covas, y también a Andrés Montero, José A Lozoya y
Péter Szil sus valiosas aportaciones





Anexo:

Una descripción sintética de los micromachismos puede encontrarse en Sau, V. (2001)
Diccionario Ideológico Feminista II. Barcelona:Icaria



LISTADO DE MICROMACHISMOS



A.- Utilitarios

1.- no responsabilización sobre lo doméstico

1.1.- no implicación

1.2- seudoimplicación

1.3.- implicación ventajosa

2.- aprovechamiento y abuso de las capacidades "femeninas" de servicio

2.1.- naturalización y aprovechamiento del rol de cuidadora

2.1.1.- delegación del trabajo del cuidado de vínculos y personas

2.1.2.- requerimientos abusivos solapados

2.1.3.- negacion de la reciprocidad

2.2.- naturalizacion y aprovechamiento de la "ayuda" al marido

2.3.- naturalización de la titularidad masculina en lo público de contratos de servicio

2.4.- amiguismo paternal

B.- encubiertos

1.- creación de falta de intimidad

1.1.- silencio

1.2.- aislamiento y malhumor manipulativo

1.3. -puesta de límites

1.3.- avaricia de reconocimiento y disponibilidad

1.4.- inclusion invasiva de terceros

2- seudointimidad y seudocomunicación

2.1.- comunicación defensiva-ofensiva

2.2.- engaños y mentiras

2.3.- seudonegociación

3- desautorización

3.1.- descalificación - desvalorización

3.2.- negacion de lo positivo

3.3.- colusion con terceros

3.4.- microterrorismo misógino

4.- paternalismo

5.- manipulacion emocional

5.1.- dobles mensajes afectivo/ agresivos

5.2.- enfurruñamiento

5.3.- abuso de confianza

6.- incentizaciones

6.1. inocentizacion culpabilizadora

6.2. autoindulgencia y autojustificación

6.2.1.-hacerse el tonto ( y el bueno)

6.2.2.- impericia y olvido selectivos


6.2.3.- comparacion ventajosa

6.2.4.- minusvaloración de los propios errores

6.2.5.- echar balones fuera

6.2.6.- delegar responsabilidad por propios errores

C.- Coercitivos

1.- coacciones a la comunicación

2.- control del dinero

3.- uso expansivo - abusivo del espacio y del tiempo para sí

4.- insistencia abusiva

5.- imposición de intimidad

6.- apelacion a la “superioridad” de lógica varonil

7.- toma o abandono repentina del mando

8.- Imposición del modo y tiempo del perdón femenino


D.- De crisis

1.- hipercontrol

2.- seudoapoyo

3.- resistencia pasiva y diistanciamiento

4.- rehuir la critica y la negociación

5.- refugio en el estilo

6.- aguantar el envite

7.- prometer y hacer meritos

8.- victimismo

9.- darse tiempo

10.- aguantar el envite

11.- refugio en el estilo femenino

12.- dar lástima



Luis Bonino. Psicoterapeuta y Director del centro de estudios de la condición Masculina

luisbonino@luisbonino.com



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